Antes de la llegada de la pandemia, Robert y yo habíamos planeado unas vacaciones en Cádiz. Afortunadamente no habíamos gastado mucho tiempo en línea investigando todo lo que hay a hacer en la ciudad, y ahora no sabemos cuando podamos visitarla.
Por casualidad, esta semana vi un articulo sobre la catedral de Cádiz, y la “maldición de la sal” que amenaza al edificio y a los visitantes. Desde hace mucho tiempo trozos de piedra se caen de la bóveda, dentro del templo y también afuera, y recientemente un bloque de la fachada aterrizó en la plaza delante de la catedral.
Para entender lo que pasa ahora, tenemos que conocer un poco de la historia de la ciudad, y de la catedral. El templo se construyó durante un periodo muy largo, desde 1722 hasta 1838. El proyecto nació en una época cuando Cádiz disfrutaba de gran prosperidad, y al inicio se usaba piedra de primera calidad. A lo largo de los años, tratando de economizar y ahorrar dinero, los arquitectos utilizaban otros tipos de piedra, incluso una piedra caliza muy débil. Lo que es más, durante la construcción se fabricaba mortero utilizando agua y arena de la localidad, ingredientes ya un poco salados. A largo plazo, el efecto del calor y de la humedad sobre los materiales de construcción ha sido un desastre.
Menos mal que hace 30 años se instaló una gran red en la catedral para recoger los cascotes y así proteger a los visitantes. Sin embargo, es evidente que se necesita un trabajo riguroso para conservar el edificio en buen estado. ¿Quién pagará por un trabajo de este tipo? ¿Los fieles locales, el Vaticano, los turistas, el ayuntamiento, el gobierno? Es la misma pregunta que enfrenta a comunidades en cada lugar histórico, y no hay una respuesta fácil.