A medida que se acerca el verano, cada vez más (se) me apetece el sabor amargo y refrescante de una jarra de cerveza fría. Me lleva la mente a varios lugares: fuera de un bar enfrente de La Basílica del Pilar en Zaragoza, la ribera de un canal tranquilo en Inglaterra, en el patio de mi casa al anochecer viendo los murciélagos volando a velocidades increíbles.
Quizás os haga pensar en vikingos en sus salones grandes o la feria en München, pero puede sorprenderos que la cerveza se originó en el medio oriente. Hace 6,000 años en Mesopotamia hacían una pulpa fermentada a pardir de una forma de pan. Por otro lado, en un poema de una edad de 3,900 años, indica que adoraban a una diosa de la elaboración de la cerveza quien era llamada Ninkasi.
Desde Mesopotamia era difundida a toda de Europa y al norte de África por los romanos y los monjes, quienes producían cerveza para generar ingresos para la iglesia. La cerveza era más segura que el agua para beber, y aunque desplazado por el vino y por el islam en el sur, se convirtió en la bebida de primera necesidad en el norte.
En Alemania, casi cada pueblo tiene una cervecería, y la población belga de once millones comparten más de 3,000 cervecerías. Sin embargo, si queréis variedad, no necesitáis viajar porque estas islas británicas tienen todo.
¿Queréis una cerveza negra para acompañar los mariscos, o una cerveza india clara para complementar el curry? Siempre nos dicen cual vino va con cual plato, pero hemos desarrollado las cervezas mejores en el mundo, y deberíamos celebrar eso más.
¡Vamos al bar!