Después de la plática de Catriona la semana pasada, encontré otro aventurero quien realizó su sueño de grandeza. Joshua Norton era el autoproclamado Emperador de los Estados Unidos y Protector de México aunque tenía más en común con los sueños románticos de Don Quijote que Simón Bolívar. Norton nació en Inglaterra en 1818 y cuando tenía 30 años sus padres murieron dejándole una pequeña fortuna. Emigró a San Francisco durante la fiebre del oro, y por un tiempo tuvo éxito en los negocios, pero no le duró mucho y fue declarado en bancarrota en 1856. Estaba insatisfecho con las estructuras políticas de los Estados Unidos y envió cartas a los periódicos declarándose Emperador de estos Estados Unidos y unos años más tarde se agregó el título de Protector de México.
No tenía dinero ni autoridad pero ordenó la disolución de la república y abolió los partidos republicanos y democráticos. Sus declaraciones fueron ignoradas, pero obtuvo un apoyo significativo de la gente de San Francisco. La ciudad le dio un uniforme, podía viajar gratis y comer gratis en cualquier restaurante y la policía lo saludaba cuando lo veían en la calle. A menudo paseaba por San Francisco inspeccionando el estado de las calles y el transporte público y daba largos discursos sobre sus teorías a un público agradecido. Murió en la pobreza en 1880, pero la ciudad y las empresas locales le dieron un hermoso funeral y 10,000 personas se alinearon en las calles para ver su cortejo fúnebre.
Él podría haber sido considerado un loco, pero la gente se inspiró por sus creencias y determinación y, como dice el libro Don Quijote “Cuando la vida misma parece una locura, ¿quién sabe dónde está la locura?