De niño
me fascinaba el nombre de esta serie que se transmitía cada viernes sobre las 10.30
de la noche. ¿Qué películas daban tanto
miedo que nadie debería verlas sin compañía?
Finalmente
llegó la oportunidad. Mi padre trabajaba
en el turno de noche, y después de pedírselo incesantemente mi madre me dejó ver
la película de esa semana: Drácula, interpretado por Christopher Lee. Aunque no me dormí fácilmente esa noche, la
historia me había enganchado.
A su
debido tiempo leí el libro y vi las versiones anteriores de la película. En la de 1922, el papel del vampiro fue
interpretado por el alemán Max Shreck y siguió la descripción dada en el libro:
un monstruo que sube paredes como un lagarto y mata a todo sin pensar. Sin embargo, la siguiente en 1930 dio a Bela
Lugosi el papel del vampiro caballero, atrayendo sus víctimas con su encanto y
su calidez oriental antes de hipnotizarlas.
Fue una de las grandes películas de la época dorada de Hollywood.
La
historia ha tenido su parte de la polémica.
La película de 1922 fue hecha sin permiso de los herederos del autor
irlandés, quienes querían que fuera destruida. Además cambió el puerto de llegada de la
barca del vampiro de Whitby, en Inglaterra,
a Bremen. La versión de Lugosi revirtió
a Whitby, aunque los armadillos corriendo por la cripta habría sido bastante
raro en el este de Yorkshire.
Ahora
hay otra polémica. Whitby siempre afirmó
ser la inspiración debido a las vacaciones pasadas allí por el autor. Sin embargo, se ha revelado que Stoker poseyó
las obras de una escocesa de Airdrie, Emily Gerard, quien escribió sobre las
supersticiones y las creencias de los campesinos rumanos después de vivir allí
con su marido. Incluyeron, por supuesto,
el nosferatu o vampiro.